Durante la tramitación de los papeles hemos dispuesto de un automovil junto con la tripulación de otro barco y hemos podido hacer unos cuantos kilometros de carreteras griegas y visto un poco de la costa oeste de la isla.
Y nada nos ha parecido cosa del otro jueves, aunque la necesaria tolerancia hacia nuestros compañeros ha evitado que nos adentráramos en esos caminos casi ocultos que conducen a las playas secretas como hacemos Lola y yo cuando vamos a nuestro aire.
Incluso dejamos pasar un sujestivo anuncio de Espaguetis con Langosta a 20 Euros la ración y con un hermoso vivero de ellas vivas.
Pero volvemos a lo de siempre, para conseguir que respeten que tu eres un cocodrilo rosa, debes respetar que los demas puedan ser hipopotamos amarillos y sus posibles preferencias por el Mac Donals. Terminamos comiendo en el barco a las dos de la tarde. Y en un paseo vespertino descubrimos que muy cerca del puertecito donde está amarrado el barco hay una playa muy apetecible, con hamacas debajo de los olivos o en las rocas. Aguas cristalinas y de color turquesa.
Y allá nos dirigimos a darnos el primer baño del año, que ya es el cuarenta de mayo y hora de quitarse el sallo.
El agua no está tan fria como esperabamos y resulta agradable sentirla secarse sobre la piel, mientras el sol te va acariciando de nuevo. Ha terminado el invierno, el barco está en Grecia y por delante casi tres meses de vaguear por estas aguas.
A nuestra vuelta al barco nos espera un plato de angulas. Si, angulas con el "an" delante que han venido congeladas desde nuestra última visita a Ceuta. Congeladas vivas en agua de mar y en raciones de 100 gramos que luego metemos en bolsas de vacio. Todo un lujo, pues mantener el congelador por debajo de los 20 grados bajo cero supone un consumo energético notable. Pero merece la pena y mas si se han comprado en 180 euros los dos kilos que llevamos.
Pero además la fortuna nos sonrie y podemos cenar un tremendo plato de spaguetis con langosta en una taberna situada en lo alto del acantilado y acercarnos a ver algo que nos falta de Grecia y es el "Sirtaki" en directo y sin la intervención de Antoni Quin que es el único que conocemos.
La decepción es descomunal. Un bar de copas en el que suena un mal equipo de sonido repitiendo a todo volumen que impide cualquier conversación la conocida música de siempre y una "madame" gruesa como un león marino tratando, sin conseguirlo, ser la simpática relaciones públicas que trata de que todos nos riamos del pobre alemán que trata de romper el plato de pástico trucado. Lo mismito que hacemos en españa con el flamenco para "los guiris".
Recordarme que no debo caer en la tentación.
Y nada nos ha parecido cosa del otro jueves, aunque la necesaria tolerancia hacia nuestros compañeros ha evitado que nos adentráramos en esos caminos casi ocultos que conducen a las playas secretas como hacemos Lola y yo cuando vamos a nuestro aire.
Incluso dejamos pasar un sujestivo anuncio de Espaguetis con Langosta a 20 Euros la ración y con un hermoso vivero de ellas vivas.
Pero volvemos a lo de siempre, para conseguir que respeten que tu eres un cocodrilo rosa, debes respetar que los demas puedan ser hipopotamos amarillos y sus posibles preferencias por el Mac Donals. Terminamos comiendo en el barco a las dos de la tarde. Y en un paseo vespertino descubrimos que muy cerca del puertecito donde está amarrado el barco hay una playa muy apetecible, con hamacas debajo de los olivos o en las rocas. Aguas cristalinas y de color turquesa.
Y allá nos dirigimos a darnos el primer baño del año, que ya es el cuarenta de mayo y hora de quitarse el sallo.
El agua no está tan fria como esperabamos y resulta agradable sentirla secarse sobre la piel, mientras el sol te va acariciando de nuevo. Ha terminado el invierno, el barco está en Grecia y por delante casi tres meses de vaguear por estas aguas.
A nuestra vuelta al barco nos espera un plato de angulas. Si, angulas con el "an" delante que han venido congeladas desde nuestra última visita a Ceuta. Congeladas vivas en agua de mar y en raciones de 100 gramos que luego metemos en bolsas de vacio. Todo un lujo, pues mantener el congelador por debajo de los 20 grados bajo cero supone un consumo energético notable. Pero merece la pena y mas si se han comprado en 180 euros los dos kilos que llevamos.
Pero además la fortuna nos sonrie y podemos cenar un tremendo plato de spaguetis con langosta en una taberna situada en lo alto del acantilado y acercarnos a ver algo que nos falta de Grecia y es el "Sirtaki" en directo y sin la intervención de Antoni Quin que es el único que conocemos.
La decepción es descomunal. Un bar de copas en el que suena un mal equipo de sonido repitiendo a todo volumen que impide cualquier conversación la conocida música de siempre y una "madame" gruesa como un león marino tratando, sin conseguirlo, ser la simpática relaciones públicas que trata de que todos nos riamos del pobre alemán que trata de romper el plato de pástico trucado. Lo mismito que hacemos en españa con el flamenco para "los guiris".
Recordarme que no debo caer en la tentación.