Haciendo una excepción voy a dar esta vez la palabra a un pasajero del barco, para que la narración sea desde el punto de vista de una tercera persona, ajena a nuestro mundo. He aquí lo que narro Ramiro de este nuevo incidente
"Llevamos 25 años viajando a Grecia el mes de vacaciones y conocemos otras tantas islas de este país tan extraordinario como contradictorio; padecemos esa enfermedad que los Durrrell llamaron “islomanía”. Los primeros años giramos las visitas culturales obligadas que se hacen de Grecia, un destino turístico de primer orden. Ahora, con nuestros hijos, repetimos, sin renunciar a conocer más islas, pues cuenta con 2000 y más de 200 de ellas habitadas. Todo sigue aquí: el mar, el cielo, la tierra, los griegos con sus cóncavas naves… ¡Que nos importa que ya no encontremos a Sócrates en el Ágora, con la tranca en la mano parando a los turistas que se cruzan en su camino! Aquí permanece todo lo eterno. Canta Kilaidonis con ironía “Grecia nunca morirá” ( I Helada poté den pezeni) y un amigo griego contesta “ pero los griegos sí” Ellos lo inventaron todo y la comedia sigue.
Este año vinimos a Las Eporadas y la primera fue Skiros, en el Aquileas, donde Tetis escondió a su hijo tratando de eludir la inevitable tragedia homérica. El barco va de Kimi, en Ubea a Linaria, el único puerto viable para ferris y otros barcos de cierto calado. Nos quedamos allí la primera noche con la intención de alquilar un coche al día siguiente como solemos hacer y buscar así donde quedarnos el resto de las vacaciones. Tras la ducha salimos al muelle buscando alguna taberna donde cenar.
Fue Bruno, el mayor de mis hijos, quien primero vio la bandera española en un velero amarrado allí. Y con ella la andaluza y la asturiana y otra con tibias y calavera. No es que andemos a la caza de españoles por el mundo, pero, ¡hombre!, una bandera asturiana en un “puertín” de una isla donde apenas hay turistas extranjeros y menos aún españoles, es una sorpresa agradable que no podíamos pasar por alto. Saludé con un “ buenas tardes” al lobo de mar que andaba por la cubierta y tardó en contestar, quizás sorprendido a su vez por nuestra presencia allí ¡Asturianos en Skiros!. Era Alberto, patrón del velero Capitán Teach, ovetense de nacimiento y andaluz de adopción, argonauta moderno, con su mujer, Lola, gaditana. Después de los saludos de rigor, el intercambio de información y anecdotario correspondiente, nos invitaron a ver con ellos el gran premio de Alemania de Fórmula I, en el que Fernando Alonso, otro asturiano, salía en segunda posición. Sobre todo Mabel, mi esposa, entusiasta seguidora de Fernando, agradeció más si cabe cuando Alberto prometió compartir una botella de sidra por una victoria, según él, cantada, como así fue.
Skiros es una isla “Piquiñina” que no llega a 350 habitantes en verano, contando a los turistas, la mayoría griegos. Se recorre en coche en una mañana haciendo las paradas obligadas en los sitios “más guapos” pero no encontramos la “casina” que nos gustara y volvimos a comer a Linariá. Era el comienzo de la carrera y en el barco había interferencias, de modo que nos trasladamos todos a una taberna cercana, donde nos pusieron una enrome tele para nosotros solos. El placer de comer juntos la riquísima comida griega, charlando y viendo a Fernando Alonso nos hizo olvidar hasta la sidra.
En la sobremesa, Taso el pequeño, hizo sus juegos de magia con la baraja española que siempre lleva en los viajes y Alberto le enseño trucos nuevos que Taso agradeció con sus “¡Es Buenísimo ¡”. Por la tarde los chavales echaron la partida con Lola y Alberto en el Barco. Después el capitán, pianista malogrado al que falta apenas un curso para terminar la carrera de piano, arquitecto de profesión y que lleva un gran teclado en el velero y Bruno, todavía principiante, nos ofrecieron un pequeño concierto mecido por el mar de Homero. En fin, enterados de que nos sería difícil encontrar un lugar en Skiros, nos invitaron a navegar con ellos hasta Alonisos, otra de las Esporadas, unas treinta millas al norte. Aceptamos encantados aun sabiendo que tanto Taso como yo somos proclives al mareo. Salíamos a las siete de la mañana.
A las siete menos cuarto sentados en un banco del muelle frente al velero, con las mochilas esperábamos los cuatro, a perro puesto, que abrieran el barco para iniciar la corta travesía. Los canales entre islas son a veces complicados en esta parte del Egeo y había amanecido muy nuboso para lo que suele ser habitual en este mar, donde en 25 años no nos ha llovido más de media docena de veces. Los partes meteorológicos tampoco eran muy propicios, pero no tan malos como para tener complicaciones. Salimos de Skiros sin problemas y con Alberto enseñando a los “guajes” como se maneja el timón y ellos encantados de verse pilotando y haciendo fotos para recordar y enseñar a los amigos.
Con la mar algo rizada, una ligera marejadilla y aumentando la nubosidad, salimos a mar abierta con Lola y Alberto preparando la maniobra para tender velas y enfilar hacia Alonisos que esperábamos alcanzar poco después del medio día. Navegábamos ciñendo porque el viento entraba de proa, pero íbamos como la seda. Sin embargo el tamaño de las olas aumentaba poco a poco. A mitad de travesía Taso empieza a vomitar y media hora más tarde yo. A pesar de todo, la seguridad que transmiten Lola y Alberto nos mantenía tranquilos. Intentaron acercarse a una cala en un islote para descansar y tomar un baño, pero no fue posible: otro velero lo estaba intentando antes que nosotros sin conseguir fondear y volvimos a la derrota de Alonisos, seguidos a media milla por el otro barco.
A la vista de nuestro destino Lola y Alberto, con una pequeña ayuda de Mabel y Bruno, aleccionados por ellos, plegaron velas y encendieron el motor. Estábamos a poco menos de dos millas del puerto, cuando notamos que el barco no se movía y el otro velero se nos acercaba, nos alcanzaba y nos sobrepasaba, mientras nuestro capitán trataba de encontrar el problema que había detenido el barco. El motor funcionaba pero no impulsaba el velero. Alberto buceando dio con el problema. ¡Habíamos perdido la hélice! Nosotros no tenemos ni puta idea de barcos ni de navegar y el poco lenguaje marinero que puedo manejar es el aprendido medianamente por la afición a la literatura. Pero a nadie se le escapa que el problema era grave: no teníamos motor para entrar a puerto y no podíamos hacerlo a vela con una tormenta viniéndosenos encima ( “Furtuna” la llaman los griegos”) y la mar hirviendo. Bruno también empieza a marearse. A pesar de todo, Lola y Alberto tan tranquilos, supongo que tratando de que a nosotros no nos agarrara el “mieditis”. En ningún momento sentimos que estuviéramos en peligro. Los tres “hombrecitos” de mi familia éramos unos guiñapos tirados en el camarote, mientras Lola, Mabel y Alberto empezaban a enfrentar lo que fue una “furtuna” en toda regla.
Intentaban navegar hacia el sur, a favor de viento, con el Génova y un rizo en la mayor, para llegar a Kimi el más grande y franco puerto de la zona a unas 35 millas. Temían los rayos que caían, mientras llovía y soplaba el mismo viento que hizo perderse a Ulises en su regreso a Ítaca; soplaba Poseidón enfurecido. Toda la tarde y parte de la noche la pasaron peleando contra los elementos y turnándose en la guardia Lola y Alberto, mientras Mabel trataba de darles conversación para que no se durmieran y atendía los requerimientos de los inútiles vomitones, lastre del velero “Capitán Teach”. Pero no fue necesario lanzarlos por la borda. A media noche cedió la tormenta y vieron la luna llena sobre el Egeo descendiendo al arrimo de la costa este de Eubea.
A la vista de Kimi el mar estaba calmo, arriaron las velas y colocaron la Zodiak al costado del barco amarrándola al velero para servir de motor auxiliar. Lola conducía la Zodiac y Alberto gobernaba el velero. Subí para ayudarlos en la maniobra y Alberto nos avisó que, en los momentos críticos en que nos diera las órdenes, aunque podría cagarse tranquilamente en nuestra p*** madre, con perdón, si no hacíamos exactamente lo que decía, eso no suponía que dejara de apreciarnos y respetar a nuestra familia. Yo seguía muy mareado y Bruno y Taso tumbados en el camarote dormían.
No necesitó Alberto jurar en idioma alguno y creo que respondimos bien a lo que se nos pidió Entramos en el puerto de Kimi casi sin ver un hueco donde amarrar el barco. Al final lo conseguimos sin accidentes con la zodiac amarrada a babor ya en punto muerto y colándonos “justinos, justinos” en aquel “huequin” inverosímil entre dos barcos del mismo tamaño que el nuestro, con Lola saltando al muelle para evitar que la proa del “Capitán Teach” se destrozara contra el muro de hormigón. Creo que en ese instante escuché el suspiro de alivio de todos, o por lo menos el mío, como el de aquellos menos trágicos que según nos contaba Alberto veían el “rayo verde” del sol hundiéndose en el mar.
La experiencia había sido tan intensa que creo que la amistad y la camaradería ya nos han unido a todos de por vida.
He dejado muchas cosas, muchos momentos mágicos en el tintero porque el escrito se alargaba en demasía, como las puestas de sol en el Egeo entre los claros de la tormenta, el desayuno que Lola nos preparó, o la peripecia de Alberto para conseguir otra hélice en Pireas… Y tal vez otro día lo cuente si tengo humor. Hoy solo quiero agradecerles su entereza, su generosidad con la invitación, y porqué no, las inolvidables 24 horas seguidas que nos procuraron luchando contra la “Mala Fortuna”, que Poseidón y Eolo (A los que Zeus destruya con su rayo) nos enviaron. Y no olvido a Mabel, consumada marinera que supo estar a la altura de las circunstancias a diferencia de sus tres hombres que ocultos en el camarote, como Aquiles en Skiros temíamos tal vez el drama que nunca se habría de producir, haciendo un juego de sentidos entre el griego y el castellano : “Afortunadamente”
Ramiro Rodriguez Prada.- Kimi (Eubea) 28-julio-2010"