Volvemos a este pueblo que tanto nos ha gustado, y donde ya empezamos a conocer a la gente y ellos a nosotros. Salimos a cenar al mejor restaurante recomendado por nuestra amiga Sükra. Vamos a comer el famosos “Kalamar” de Sigaçik y no nos decepciona. Es sin duda el mejor calamar frito que hemos tomado nunca, y eso que los malagueños tienen fama de freír el pescado, y también de tener unos buenos calamares.
Acompañamos la comida de “Meses!” aperitivos que te traen en una bandeja para que escojas y dos platos de pinchos, que no tienen nada que ver con los que hemos comido en el puertecito de la cala cerca del club náutico.
El domingo salimos a las ocho de la mañana a hacer la compra y nos encontramos con la sorpresa de que aquí el mercado empieza más tarde, y que incluso los lugareños, como nos confirma Samrâd, el marinero, van por la tarde, que los precios son aún más bajos.
Es un mercado local, de productos locales y de temporada. Aquí aún no conocen los invernaderos, y todo está fresco y recién cogido. Los precios similares a los que puedas encontrar en cualquier mercado rural español.
Pero después de los supermercados y mini tiendas es una delicia llenar la despensa.
Hay muchas frutas en almíbar y vegetales en salmuera. Y gran variedad de miel y aceites “personalizados”
De las casas del pueblo que dan al mercado, salen los habitantes a vender comida preparada. Lola que es muy sensible a esas cosas, se da cuenta de que la señora de la casa, con su traje típico, está a pié de la mesa que hace de mostrador. Pero en el momento en que sale a relucir el dinero, sale a relucir el marido (chulo-padre o proxeneta) que se hace cargo del dinero. Las mujeres mayores no hablan inglés, pero todas las jovencitas sí.
Hacemos acopio de carne en la tienda de unos turcos muy simpáticos que no hablan ni jota de nada que no sea su lengua. Una carne con una pinta soberbia a un precio normal. Naturalmente cordero o ternera. De cerdo ni rastro. Compramos una chacina recién hecha. Una especie de hibrido entre salchichón y chorizo, muy blando y por señas nos dicen que necesita al menos tres días curando al aire. Ya veremos.
Para hacer estas compras, que al final suponen muchos kilos y para ello hemos creado una rutina. Nos servimos de una carretilla plegable de aluminio a la que le acoplamos una bolsa de viaje, mas bién un petate de marinero. La carretilla está muy equilibrada y se puede transportar muchos kilos sin esfuerzo
Al llegar al barco, que en este caso está atracado de proa por intimidad y por no andar moviendo la auxiliar estibada en sus pescantes, viene el proceso de subir a bordo esta carga.
Lo hacemos con la driza del espinaker y un chigre y con bolsa y todo entra por uno de los tambuchos de cubierta hasta la mesa del salón, donde se saca y se pone en su sitio. La verdad es que con nuestro actual estilo de navegar, al menos le hemos encontrado utilidad a ese aparejo.
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