Corrida la voz de tan grande suceso, los compañeros del colegio, escusados en una de las virtudes que el cura Antonio nos inculcaba, visitábamos al enfermo, que nos enseñaba el descomunal cojón, que su madre, recatadamente denominaba " albaida".
Esa fue la primera noticia de que a uno se le podían inflar las albaidas.
La última ha sido la tarde del día 8 en que cansado de esperar un parte meteorológicamente correcto, me he liado la manta a la cabeza y he decidido pasar a Cerdeña con el viento por la cara.
Era eso o esperar a que se pasaran los días y se acabara la racha de sucesiones de ola fuerte del norte por el viento del golfo de León o rachas fortísimas en el sur de Cerdeña por el temporal en Alboran-Argel.
Mayor y trinqueta durante 5 horas a seis/siete nudos. motor y velas durante el resto del viaje, otras 32 horas donde se cumplió que el viento no pudo levantar ola de mas de 1 metro y pudimos arribar a Carloforte, en la isla de San Pietro.
Poco que contar del viaje si exceptuamos que le he retirado el saludo a la Jefa por culpa de los pezones.
Os lo cuento y de paso aclaro que pezones nos tacaron en Palma, sobre lo que he recibido algún correo privado
Cañas y carretes arrastrando pulpos y rafias con doble anzuelo, con nailon trenzado para 150 libras, velocidad cerca de los siete nudos y a unas treinta millas de Mahón.
El primer tirón ha sido tan descomunal que casi vacía el tambor. Paramos el barco y a la lucha. El freno a tope y vuelta a vuelta se recoge más de la mitad del hilo, hasta que un monstruo de las profundidades, Un atún o un emperador de tamaño descomunal da un salto fuera del agua y del tirón rompe el aparejo partido por encima del plomo, llevándoselo todo.
Sin tiempo a descansar, la otra caña comienza a tirar de carraca y esta vez es un atún de unos 12-15 kilos el que viene enganchado.
Cuando está cerca del barco, le paso la caña a la Jefa, y me dispongo a engancharlo con el "cocle" para subirlo a bordo. Pero a la jefa no se le ocurre otra cosa que levantar al bicho del agua, momento que aprovecha para dar un coletazo (el pez) apoyado en el barco y salir a escape, dejándonos con dos palmos de narices.
Sigo un poco sorprendido de que no la haya chillado, ni insultado ni golpeado con el martillo en las puntas de los dedos. Pero he decidido no hablarla. Supongo que estaréis de acuerdo conmigo que después de esto es la mínima represalia que debo de tomar.
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