Y no me refiero al horizonte geográfico sino a otro más
interior, más personal. La línea que
separa a unos propietarios de barcos de los otros.
Para seguir con este hilo narrativo tengo que entrar en lo personal ya que es algo que no puedo mirar
desapasionadamente por lo mucho que me afecta. Aposté muy fuerte por ello y me va en ello la vida, sobre todo en lo
que me queda de ella.
Todo empezó un día de finales de los 50´ en que en mi campo
de visión, en medio de una fuerte marejada pescando merluza en Gran Sol,
apareció un hermoso velero que navegaba
con todas las velas lanzadas al viento y que avanzaba de una forma que a mí, metido
en la coctelera que era nuestro barco, me parecía maravillosamente solemne y
serena.
Fue en ese momento cuando se creó mi horizonte interior al
señalar aquella imagen y decirme a mí y a mi mundo “algún día”.
Hubo de pasar mucho tiempo, casi 20 años, antes de que pudiera
comprar mi primer velero, un Puma 23 “Orbayu”
al que solo tuve que tirar una piedra atada con un cabo en el puerto de Fuengirola
para amarrarlo y pagar algo así como 23 pesetas al mes (unos 15 cts de euro).
Sucesivamente el paso de los años y que mi profesión me permitía
unos horarios muy a mi manera me acercó a mis siguientes barcos, un Sirocco “ Ñañara”
y un alpa 38, “Xiana” que durante años estuvieron en el puerto en construcción
de Benalmádena y con los que hice mis primeros cruceros por el Mediterráneo ,
costas portuguesas, Canarias. Me montaba en cualquier cosa que tuviera una vela
y crucé el Atlántico, me embarqué en el Pacífico, en el Índico, en el Mar del
Norte….
Y comencé a hacer más clara la línea trazada cuando dejé de
intentar ser “el muerto más rico del cementerio” con mi profesión, en la que
tenía un éxito relativo para hacer cada vez más horas al mando o en la maniobra
de un barco. Hice regatas. Gane alguna. Perdí casi todas. Con el Star aprendí a
trimar la jarcia y lo que era un Campeonato del mundo y supe que no era lo mío.
Vino la crisis económica del 92 (aunque algunos no lo crean
ha habido otras crisis) y perdí trabajo, familia y barco en el pozo sin fondo
de hacer frente a mis compromisos.
Con una mano detrás y otra delante y una hoja de lechuga en
la nevera, condenado a trabajos forzados y cadena perpetua por un juzgado de
familia vinieron años oscuros en que todo era supervivencia pura.
Es cuando aparece en mi horizonte Lola con su pequeño Dufour
24 (Swan) y poco después nuestro querido
Colwich 35 “Captain Teach” y aquí empezó a
alejarse de mi la línea trazada.
Ya no podía mirar algún barco y decir “Algún día” sino “Nunca
jamás” y en pleno lanzamiento de la burbuja y mientras entraba en un quirófano a
pelear con un cáncer, me di cuenta que solo podía cantar la canción de Violeta
Parra, “Gracias a la vida”. Y que si salía vivo y útil trataría de navegar cada
vez más, trabajando cada vez menos, buscando el equilibrio de la supervivencia.
La crisis actual destrozaría todos nuestros planes. Ya no
llegamos al equilibrio, nos quedamos siempre cortos y deterioramos nuestro
futuro.
Mientras tanto las tiendas de efectos navales se
transformaban en “Náuticas”, Los puertos se transformaban en “Marinas”, los
amarres de cortesía en pagar atraque solo por hacer agua en un muelle. El palo más
grande es cuando comunican a Lola que si quiere seguir teniendo el barco
amarrado en “El puerto deportivo” debe de comprar la concesión del amarre en un
precio que superaba el doble de lo que había pagado por el barco. La
alternativa? No existía.
Si nos dedicábamos a ahorrar para el barco, no nos quedaba
tiempo para dedicarle.
Se había dibujado esa línea divisoria en la que; o pertenecías
a las clases económicas altas, o la afición a la náutica te quedaba prohibida.
No había sido algo instantáneo pero si algo muy rápido en el tiempo y que aún
sigue distanciando a los unos de los otros.
Los que hemos quedado por debajo de la línea, y en la que
solo continuamos los que tenemos muchísima afición al tema, tenemos que luchar
contra todo tipo de ataques. Somos gente molesta, nuestros barcos incluso
tienen un sello especial, añejo, con placas solares, anclas colgando en la proa,
toldos desplegados, incluso alguna bicicleta en los obenques, llevamos barbas y
vestimos de forma rara.
Internet nos ha permitido un último respiro al permitirnos
comprar en una tienda en Londres por 11 €. lo que cuesta 69 €. en la tienda que
pomposamente de autodenomina “Difusión del A castillaje”
Poco a poco van desapareciendo estos barcos de las marinas más
“Chic” y ya solo se los va encontrando en fondeos remotos observando cómo el
mundo que soñamos se desvanece en un cúmulo de incongruencias, cómo las bandera
de conveniencia, las ITB fraudulentas, las condiciones leoninas de muchos varaderos,
o la privatización de servicios innecesarios como son las boyas de fondeo.
Y la línea se aleja, se aleja. Tratamos de prolongar la muerte
anunciada. Estirar el uso de las cosas, prescindir de cada vez más de ellas es
ahora nuestro día a día.
Cada vez que alguien se apunta a venir con nosotros, aunque
ni por asomo cubre nuestros gastos, le estamos tremendamente agradecidos pues permite
darle un empujoncito a esa línea que no es otra cosa que el anuncio de una
muerte anunciada.
No es un ataque a nada ni a nadie, solo es narrar otra travesía,
en la que trato de adaptarme a los vientos que soplan aunque prefiera otros.