Y mucho mas si por una estraña razón solo se da en ciertos entornos, y de forma imprevisible, ya que por mi vida profesional estoy acostumbrado a revisar armaduras de estructuras, subiendo a forjados en construcción. Y os aseguro que tengo en mi “curriculum” edificios altos, muy altos en los que hay que aproximarse a los bordes. Sin embargo jamas he tenido un ataque en esas situaciones, pero si en lugares tan poco “peligrosos” como el interior del ascensor de Eifel en Lisboa, donde me tiré al suelo incapaz de controlar el miedo.
Asi que suelo cambiar labores de buceo bajo el agua por operaciones en el palo. Afortunadamente Lola, que ha sido siempre aficionada a la espeleología, es feliz colagada de un cabo. Pero…cada vez que se acerca a una tuerca la tuerca deja de funcionar.
El caso es que no he sido capaz de encontrar profesionales para esta misión ( salvo propuestas disparatadas de traer un coche con un grua de canastilla, naturalmente en Grecia desde Atenas), lo que nos impedía utilizar la driza del espinaquer (invento del maligno como velamen) como pluma o penol para mover la auxiliar de la cubierta al agua, o incluso mover pesos del muelle al interior del barco.
Tras unos días muy tranquilos en el puerto de Karistos, emprendemos la travesía hacia el norte de la gran isla de Evia, con la vista puesta en la bahía de Almiropotamos, que ya conocemos de años anteriores.
El recorrido es espectacular, pues se pasa por un estrecho canal entre las islas Petalio, que dan nombre a este golfo sur entre Atica y Evia, con unos fondeos magníficos , aunque de poco calado y que invitarían al baño si la temperatura no estuviera anormalmente baja para esta fecha del año, con lo que pasamos de largo y seguimos nuestra remontada hacia el norte, que se va poniendo cuesta arriba al comenzar a soplar el viento del norte, por lo que nos acercamos a la costa al resguardo de la isla de Styra para evitar la ola que está subiendo un tanto.
Hay un pequeño puerto, pero no reúne las condiciones para entrar con nuestro calado y nos vamos a un espigón donde amarran los ferris un poco más al norte y donde un gran ferry al otro lado del muelle nos hace de pantalla, con lo que el viento es casi nulo y la ola apenas se nota. Es, como casi toda esta zona, lugar de vacaciones de los griegos y poco frecuentado por la extranjería por lo que conserva un sabor muy particular.
Llega un pequeño pesquero también a refugiarse y los ayudo en la maniobra, por lo que recibo como recompensa un atuncito que Lola se encarga de preparar en escabeche de esa manera que solo ella sabe hacer.
Estamos aquí durante cuatro días y donde podemos conectar a agua y electricidad mediante la tarjeta válida para casi todos los puertos de Evia, y donde cada día aparece una señora a cobrar la estancia, pero que solo cuesta unos 5 a 6 euros por día. Los restaurantes están todos abiertos y con el personal a la espera, pero no me parece oportuno comer en lugares que no conozco y que no hay una mínima rotación de las existencias, así que a base de marmitako y ensalada de atún pasamos los dias en este bonito lugar
Llega un barco con bandera Polaca, y nos hacemos la ilusión de que hemos coincidido con otro recalcitrante navegante español, pero para nuestra sorpresa es una pareja de auténticos polacos cargados de niños, que han bajado Europa por los canales y salido por medio del mar Negro (¿?) y van en dirección a Suez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesan mucho tus comentarios.
Puedes ponerlos aquí