Me resulta raro volver asentarme delante del teclado para
escribir algo, tras de casi 10 meses
Ha sido un invierno muy duro para mí y no las tengo todas de
conmigo que pueda tenga las fuerzas necesarias para manejar el barco.
Pulsar una tecla es una sensación rara de dolor y hormigueo
difícil de soportar. Pero será por ello que me esfuerzo y me obligo para salir
del abatimiento en que las circunstancias me han metido.
Así que este blog se puede estar transformando de cuando
daba noticias de la primera vez que visitaba un puerto a la que pueda ser la
última.
Si me hacéis la típica pregunta de “¿cómo estás?” os
contestaré que bien salvo que tengáis un par de horas para entrar en detalles.
Y como sé que hoy nadie le dedica un par de horas a nadie, y menos a un
“blogger” pues no voy a hablar de mi salud descendiendo a lo particular.
Por hacer conexión con la última entrada publicada, después
de llegar a España y sumergirnos en la nueva ola, que tanto habíamos alimentado
solo me quedaba el gran cabreo con Iberia, que tras anularme dos viajes de ida
y otro de vuelta, nadie da la cara en ningún sitio para explicarme como utilizo
los famosos bonos, haciéndome responsable de que un presunto correo haya ido a
la carpeta de spa´n y del que no dan copia.
Pero es algo que empiezo a ver como muy lejano.
Conviene releer la entrada de 13 de junio del año pasado,
donde preconizaba darle un voto de confianza a Pedro Sánchez para capitanear la
nave y que aprovechéis la oportunidad para insultarme en todos los idiomas por
mi candidez.
El barco aún no ha zozobrado, pero a nadie se le escapa que
hace agua, incluso hay quien dice que lo están abandonando las ratas.
Se ha cumplido el refrán de donde no hay cabeza, todo se
vuelve rabo. Cada autonomía caminando a su aire y sacando pecho de si cuentan
bien o mal los muertos. Sin capitán, sin brújula y sin norte el barco está
dejando de funcionar a pesar de los buenos marineros que intentan hacer bien
sus maniobras. Maniobras que nadie les ha dicho que deban hacer y tras de las
que se esconden esos ruines personajes que todos hemos visto en casi todas las
tripulaciones. Y por si alguien no lo pilla no pongamos que hablo de Madrid,
sino de enfermeros dejándose la vida, dando palos de ciego por falta de medios,
directrices y recompensa entre los que se camuflan los liberados sindicales,
que han conseguido una subvención para sus jubilaciones (las de ellos).
Entrar en un centro de salud, sea Atención Primaria o un
Gran Hospital Privado es entrar en el caos. El médico de cabecera, que te
curaba con solo tomarte el pulso, ha quedado reducido a un número de teléfono
donde te recetan el componente que te ha recomendado un amigo o has buscado en
Internet. Y los recepcionistas han pasado a ser los dueños del cotarro, que
incluso boicotean los sistemas de citas online, pues ven peligrar en ello sus
puestos de trabajo.
¿Y qué le dices tú a un médico que cobra cuatro chavos por
ver un paciente cada seis minutos y no le queda otra alternativa que irse a la
privada a un paciente cada siete minutos y en lucha sin cuartel contra
presuntos médicos de dudosas titulaciones procedentes de algunas islas del
caribe donde no hay ni escuelas?
Todo esto transmite un rumor que encierra un “sálvese el que
pueda” que no me gusta nada, pues suena como un “Dies Irae”
Solo recuerdo una situación similar en mi barco, cuando un
tremendo chubasco me pilló en la travesía de Sicilia a Cerdeña en plena noche,
con olas tremendas que venían de todos los lados y rachas que pasaban de cero a
cuarenta nudos. Ni las cosas mejor estibadas aguantaban en su sitio y corrían
de un lado al otro por el interior del barco. Jordi, mi amigo y único
tripulante hacía su primera travesía, amarrado por mí a un winche. Cada vez que
coronábamos una cresta tratábamos de situar los pesqueros que teníamos
alrededor para no ir hacia ellos. Mantener un descuartelar nos hizo navegar en
todos los rumbos posibles mientras casi agradecíamos cuando caían sobre
nosotros cataratas de agua u hielo, pues era el único momento en que disminuía
un poco el viento. Con los relámpagos tratábamos de situar los pesqueros y
seguramente sus aparejos, mientras repasaba mentalmente cada pieza del barco
para trataba de prever cual sería la primera en romper.
Hoy tengo esa misma sensación de agobio, pero me falta lo
que a Jordi le daba la calma. La creencia de que estaba bajo el mando de un
buen marino que sabía lo que hacía y las ordenes que debía de dar. Y lo que a
mí me la daba. La certeza de que mis decisiones no serían cuestionadas y se
cumplirían sin discusión.
Pero los oficiales de este barco, -y no solo Pedro Sanchez,
que no sabe dónde está el norte- no han estado a la altura, no han respetado la
cadena de mando y hasta la oposición ha olvidado que también son parte del
gobierno de la nave.
Hace ya casi 50 años, tras de los excesos de un joven en el
Torremolinos los inicios de los 70, y que no voy a detallar, la que luego fue
madre de mis hijos, al verme llegar a la puerta de la iglesia asturiana donde
nos casaron, decidió que nuestro viaje nupcial debería de ser a bañarme en las
aguas de Lourdes a ver si un milagro hacía carrera de mi deteriorado aspecto.
Hoy, cincuenta años mas tarde, emprendo el viaje hacia las aguas del Egeo con
la esperanza de encontrar un respiro para mi cuerpo y un poco de paz para mi
espíritu.
El Momento no puede ser mas oportuno, que mi casa queda a
mitad de camino entre Ceuta y Granada, no sea que el rey moro inicie la
reconquista, que el oficial de Exteriores le ha dado la excusa perfecta para
ello, dando asilo al enemigo público de Marruecos que además es el responsable
de los ametrallamientos de cientos de pescadores canarios
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